20 de septiembre. Colonia Actipan. CDMX.
Ya en casa. A penas se necesita una noche internado en una clínica para apreciar las comodidades de casa. La cama, el baño, el ambiente, los olores, los sonidos… Las vibraciones por el tráfico en la clínica siguieron durante la madrugada y la compañía de Badu fue clave para pasar mucho mejor la noche.
La anestesia comenzó a irse y el miedo de volver a sentir el dolor de la espalda y las jaquecas volvió. Lo bueno fue que no pasó como la primera vez, sólo se pasó el efecto y el hormigueo en ambas piernas marcaba el regreso de la sensibilidad y la movilidad. En la madrugada, las enfermeras entraban para monitorear, cambiar sueros y demás. En uno de esos cambios, un hilo de sangre voló sobre las sábanas de la cama. Al final, decidimos dejar todo ahí porque pues era mucho más trabajo cambiar todo.
Ya en la mañana, después del desayuno, llegó el doctor para tramitar todo el trámite de alta médica. Uno escucha historias tétricas sobre cómo la burocracia tarda tanto en accionar la salida de la gente de los hospitales. Sin embargo, todo fue ágil y rápido. Para eso del mediodía, Badu y yo estábamos camino a casa donde mi mamá ya estaba esperando.
El proceso de vestirme, bajar de la cama, subirme a la silla de ruedas, trasladarme empujado por el enfermero en turno hasta el elevador, del ascensor al auto; bajar de la silla, subir al auto, acomodarme con la pierna donde corresponde; ir por esta ciudad con baches con la reciente convalecencia. Retos por doquier.
Y eso, ya estamos en casa. Mi mamá estaba lista para recibirnos, Pancho también, parece que entiende que de no podemos jugar y que no se puede acercar con tanta confianza como antes. Los perros son expertos en leer emociones, oler situaciones extrañar, entender el ambiente de una habitación. Uno vuelve a casa miles de veces durante la vida, sin embargo; cada día, cada regreso, uno vuelve distinto, el tiempo nos cambia, la vida nos mueve y los procesos quirúrgicos también nos hacen aprender y cambiar.





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