13 de noviembre. Tecámac, Edomex.
Ya pasaron casi dos meses desde la cirugía. De hecho, hoy regreso a trabajar, una semana antes de lo esperado. Las sesiones de fisioterapia han sido de gran ayuda para ganar algo de fuerza, flexión y confianza. Además de un poco de presión por parte de los jefes para presentarme lo antes posible, sin entenderla del todo porque no tengo alguna función vital para el correcto desempeño del equipo y del proyecto.
Ahora toca volver a la rutina de llamados de grabación: levantarse a las 5:00 a.m., llegar al punto de reunión aún de noche, subir a la van y aguantar los baches durante hora y media, intentar dormir un poco más en el trayecto entre el ruido y la turbulencia, desayunar en el lugar de siempre, montar todo, comenzar a esperar/trabajar un montón de cosas que salen de nuestras manos. En fin, muchas situaciones con las que hay que lidiar en, a veces, 15 o 16 horas de trabajo. Volver a casa alrededor de las 10 – 11 de la noche, sacar al perro, dormir unas horas y comenzar de nuevo.
La verdad que la vida de jubilado a los 34 no está mal. Fueron dos meses de estar en casa, trabajar desde la sala, estar con el perro, que por cierto ya lo puedo sacar a pasear casi como parte de la terapia de recuperación. Toca usar cada vez menos las muletas y la rodillera mecánica; de hecho, la rodillera para los llamados es más por protección, la muleta sirve más para que la gente vea que hay un lesionado entre ellos. Vamos a ver cómo lo toma el equipo de trabajo, la gente en general y demás.
De hecho, la rodillera mecánica estorba. Ya no hace falta, la flexión y extensión están en sus puntos máximos. Aún no llego ahí pero ya debería «forzarme» un poco para llegar a esos niveles de normalidad en la extremidad. Paso a paso, poco a poco pero con constancia, sin parar y con ganas. Es casi un mantra diario de estos meses. Ya quiero dejar la rodillera en casa, la muleta junto a la otra en un rincón y comenzar a moverme con cierta libertad, con normalidad, con ganas de apretar el paso al caminar.





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