Entre finales del 2023 y finales del 2024 he asistido, me he enterado y he sabido de fallecimientos de personas cercanas. Amigos, familiares, familiares de amigos cercanos. A uno lo ponen en perspectiva que, a los treinta y tantos, ya nos somos jóvenes ni podemos alegar ingenuidad sobre estos procesos de duelo. Si bien no contemplamos a muerte como lo haría un anciano, son pensamientos que comienzan a rondar desde otro camino en la mente.
El primero fue un amigo contemporáneo. Un tumor cerebral que derivó en todas las secuelas que uno puede entender dentro de los procesos que significan un padecimiento de esta naturaleza. Uno como amigo cercano pero que vive en otra ciudad la pasa mal al no saber bien las circunstancias. Sin embargo, por más mal que uno lo esté gestionando, no se compara en nada al dolor, al sufrimiento, angustia e incertidumbre que su hermano, madre e hijo han pasado. Aún guardo los últimos mensajes que nos enviamos entre años nuevo y mi cumpleaños.
Después murió una sobrina de trece años que tenía muchos problemas de salud congénitos. Un síndrome que nunca la dejaría ser independiente al cien pot ciento, sin capacidad de habla, con movilidad limitada y daño cognitivo severo. Tenía una epilepsia severa que le dejaba unas migrañas horribles donde la pequeña solo podía quejarse y llorar. Desde que nació los médicos dijeron que sería complicado que tuviera una vida larga, sin embargo; los trece años que estuvo en este plano fueron todo un hito médico entre las diferentes terapias y disciplina de su mamá, abuelos y demás familia. Si bien es doloroso, también existe un poco de alivio en el descanso, aunque son cicatrices que nunca cierran del todo.
Siguió la muerte de la madre de un amigo cercano. Complicaciones respiratorias desde hace años que golpearon a un organismo cada vez más débil. Tres días antes del fallecimiento alcancé a hablar con ella, un tipo de despedida pero sin saber que todo sería tan grave. Aún había esperanza de abandonar el hospital para seguir la recuperación pero no fue así. Como en todas las familias, las disputas, los dramas, los problemas y malas entendidos quedan un poco al margen cuando alguien fallece. Estar casi 24 horas en temas de velorios, cremación, ceremonias, acompañamiento, etc. Es desgastante, aunque nada comparado con el dolor de los más cercanos.
Ya hacia finales del 2024, falleció el padre de una amiga. Cenando. Entre un ataque al corazón y bronco aspiración causada por el mismo infarto. En una actividad muy rutinaria como comer. Todo fue de súbito, nadie lo esperaba y el dolor de los familiares, la tristeza y el desconsuelo ante la sorpresa, lo inminente y fulminante que fue todo. ¿Qué es mejor: una agonía lenta, prolongada y tardad que permita decir adiós o un accidente, un hecho concreto, un parpadeo que termine con todo y no de oportunidad a nada más?. Es complejo analizar todos estos casos sin meter sentimientos, sin sentirse cercano, involucrado en todo el proceso. Este último velorio, si bien triste como cualquier otro, estuvo lleno de música, de algunas carcajadas recordando momentos felices, de gente llorando pero cantando canciones más o menos alegres. Pudo parecer algo extraño pero el amor se expresa con risas, con canciones, con recuerdos y aventuras. También con lágrimas y dolor pero las risas, el amor y la música no pueden faltar.
Cuatro velorios en un año, cuatro personas diferentes en edades, nombres, orígenes, creencias y modos de ver la vida. Todas cercanas de alguna forma y todas ya descansando del tedio de la vida cotidiana. El consuelo para los que seguimos aquí es que ellos están descansando, nos cuidan y nos ven desde otro sitio, siendo espectadores de nuestras vidas, nuestros errores, nuestras decisiones. El dolor lo tenemos los de aquí, los que se van nos dejan livianos, sin ninguna preocupación.
¿Así se siente crecer, en contar lo velorios a los que uno asiste en cierto tiempo, en contemplar la vida como algo que comienza a agotarse?





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